Falleció en Piedralaves (Avila) El día 27 de Junio de 1977
Hijo de Vicente González Vigil y Teresa Fernández; entra en la orden de predicadores en Padrón (Galicia) en el año 1903.
Recibió la Ordenación Sacerdotal el día 6 de Enero de 1912. Fue profesor en el colegio de Santo Domingo de Oviedo y de teología moral en el Seminario de Oviedo.
En Junio de 1934 es nombrado Provincial de la Provincia de España, siendo el primer Provincial que visitó las misiones de Sudamérica.
En 1938 visita el convento de Belvis en (Santiago de Compostela), de las Madres Dominicas de clausura; allí conoció a la Madre Rosario que le pide su ayuda como director espiritual, desde ese momento su vida queda definitivamente vinculada a la incipiente fundación de las Misioneras de María Mediadora.
Desde los diferentes lugares donde prestó sus servicios en la orden de Predicadores nos acompañó siempre, impulsó todos los trámites canónicos de la fundación, fue siempre un gran apoyo espiritual y humano.
Su paz y esperanza así como su ilusión y sentido del humor, infundía el talante que necesitábamos en los momentos difíciles por los que pasó la Fundación.
Hombre de carácter fuerte, se mostraba tranquilo y apacible, fruto de librar batallas contra las asperezas de su temperamento; vivía en sintonía con todas las cosas de la naturaleza, con la misma soltura y espontaneidad como lo hacía con las de Dios; de gran corazón, sencillo, prudente, acogedor, de gran confianza en el Señor y en las personas a quienes disculpaba siempre.
Hombre de fe profunda e intensa oración. Tuvo el privilegio de llegar a la cumbre espiritual de su vida aquí en la tierra sin desligarse de los problemas y sufrimientos de la condición humana. A pesar de que dejó su tierra natal, cuando era apenas un niño de diez años para entrar en el convento de los Padres Dominicos en Padrón, el Padre Esteban González Vigil, mantuvo en lo profundo de su corazón y de su alma aquellos primeros valores que le fueron inculcados en el seno de su familia, era una persona cercana a todos y amigo de los humildes y sencillos temperamento; vivía en sintonía con todas las cosas de la naturaleza, con la misma soltura y espontaneidad como lo hacía con las de Dios; de gran corazón, sencillo, prudente, acogedor, de gran confianza en el Señor y en las personas a quienes disculpaba siempre.
Era el hombre de la reconciliación y del perdón como fruto de ese diálogo permanente con el mundo “de lo divino y de la naturaleza”. Supo vivir hasta el fin de su vida fiel a sus principios de “amar a todos sin excepción” viviendo su consagración sacerdotal y la comunión con el espíritu de su Orden Dominicana.
El Señor nos concedió la gracia de tenerle con nosotras los quince últimos años de su vida.
Recibió todos los decretos de aprobación de la Congregación con gozo y gratitud al Señor.
Paciente en su enfermedad, anhelaba el encuentro definitivo con Dios. Recibió la unción de enfermos con verdadera piedad y alegría, expresando después de un rato: “no viene, no me lleva” con jovialidad y humor. Su vida y su muerte son testimonio de su unión íntima con el Señor.
Fue un gran apoyo para la Fundadora, un padre para sus hijas, consagró a la Congregación la mayor parte de su vida.
Sus restos reposan en la cripta de la capilla de Piedralaves como era voluntad de la Madre Rosario.
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